¿Cuáles son las necesidades? Quienes trabajan por las transformaciones sociales están muriendo como resultado de la depravación espiritual y física generada por el trauma, el estrés y la tensión en nuestros movimientos. Muchas personas organizando procesos de transformación social no cuentan con un seguro de salud y no buscan atención médica o no reciben el apoyo para mantener su bienestar, como consecuencia de las culturas de sobrecarga de trabajo en nuestros movimientos. Hemos observado un incremento del suicidio, la depresión y las enfermedades de largo plazo que impactan a estas personas de edades cada vez menores. Hemos perdido mucha gente valiosa debido a las enfermedades, agravadas por el estrés que forma parte de la manera en la que organizamos a nivel comunitario, que no fueron diagnosticadas ni tratadas, o fueron tratadas de manera insuficiente. Las personas organizando procesos de transdormación social con quien trabajamos provienen de las comunidades más afectadas física y emocionalmente por el trauma y la violencia. Sin embargo, no recibimos procesos de intervención y prevención para sostenernos y, mucho menos, mantener a las próximas generaciones de líderes. Al mismo tiempo, nuestras comunidades no cuentan con los recursos suficientes para responder a las condiciones negativas estructurales del trauma, la violencia y el abuso. Los modelos de salud occidental que se practican en los Estados Unidos están basados en la privatización con fines de lucro que aíslan a la persona de su comunidad en el proceso de su sanación o tratamiento. Con frecuencia, este modelo únicamente busca modificar el comportamiento de la persona sin tener en cuenta sus condiciones sociales. Simultáneamente, a muchas de nuestras comunidades se les han arrebatado la tierra y los recursos que tradicionalmente permitían responder comunitariamente a las necesidades emocionales y físicas. Esta pérdida de conexión con nuestras tradiciones ha fracturado nuestra memoria cultural de cómo practicabamos el bienestar en nuestro diario vivir.
Adicionalmente, la crisis de nuestro sistema de salud, generada por la privatización de los servicios, la falta de atención pública y la presencia de enfermedades relacionadas con peligrosas condiciones medioambientales, ha llegado a su punto más álgido en el sureste de los Estados Unidos. Las consecuencias de los huracanes Katrina y Rita develaron la inquietante realidad de la incapacidad y la falta de voluntad estatales para hacerse cargo de las comunidades pobres y de color en el sureste. Este mismo sistema público de salud está plagado de una historia de prácticas y pruebas poco éticas (por ejemplo, las leyes de esterilización del sur y el experimento Tuskegee) que patologizó a mujeres, personas de color, inmigrantes y refugiadas, con discapacidades y comunidades LGBTIQ. Estos modelos occidentales no incorporan las modalidades de salud holística ni los cuidados naturales, ni ofrecen modelos colectivos de bienestar que reflejen muchas de nuestras creencias políticas y culturales. Como consecuencia, nuestro uso limitado de esta “atención de salud” no empodera a la persona o a la comunidad como un todo, lo cual nos mantiene en mayor aislamiento.